sábado, 13 de diciembre de 2014

PRINCESA - Cuento

PRINCESA
Nada debía de opacar el extenso gris que cubría nuestras cabezas. Aquella tarde, era una tarde alborotada, una tarde taciturna, una tarde tragicómica. El bullicio de las calles, los automóviles veloces, la vereda mojada por la garúa de invierno, los semáforos secuestrando el color con el único objetivo de ordenar y dirigir a los caóticos seres que cruzamos su territorio todos los días. El mismo camino todos los días, todos, sin cambios, sin sorpresas, sin necesidad de involucrarse con el que pareciera ser, el absurdo proceder del tiempo, absortos en nuestra propia jaula, en la única jaula existente y real, en la cárcel de las ideas, de la realidad subjetiva, de la única realidad, en algún lugar desconocido, melancólico y oscuro, muy oscuro.
Eso pensaba Sinartich mientras atravesaba aquella ruta de pocas luces y muchos cerros, ruta que debía hacer todos los días, de su casa al trabajo, del trabajo a su casa, sentado o de pie. Al transcurrir de los minutos que Sinartich Savaneli contaba con repetida perspicacia, dentro de aquella capsula de fierro, el viaje adhería a su mágico movimiento, algunos personajes pintorescos y geografías cambiantes día tras día.
Cortázar decía que los cuentos son como fotografías, y que las novelas se parecen más a las películas. Eso decía Cortázar en otros tiempos, tiempos donde el blues y el jazz era lo que escuchaban las paredes, y la literatura entonces era otra.
Quizás los detalles pasen a ser como fotografías de muchas películas que se desarrollan entre sí.
Pensaba nuevamente Sinartich y observaba con detenimiento a aquella pareja que parecía tener más de un problema.
“Los instantes de calma e introspección que mantengo en estos viajes parecen ser cada vez más parecidos a una especie de trance hipnótico, y ayuda a soportar el camino que debo recorrer todos los días”.  Escribe Sinartich desordenadamente, desprolijamente, ignorantemente, escribe y las letras parecen ser arañazos de gato, arañazos rojos, arañazos negros, arañazos en su libreta blanca”.
No tan lejos del ómnibus, en la vereda mojada por la garúa, la pareja que observaba momentos antes llama nuevamente su atención, a dicha pareja parece no importarle que varios de los pasajeros del ómnibus, se hayan dado cuenta de sus movimientos, “él”, parece triste, es bastante delgado y de prominente nariz, parece algo tímido, violento por momentos, dramático en otros.  Alrededor de ella, un grupo de amigos (de ella), parecen esperar que terminé la acalorada situación en la que viene siendo parte. Ella, es pequeña, elegante, ojos grandes y pestañas hermosas.
Èl, hace mucho ruido y ella casi parece no darse cuenta, mueve las caderas y camina en puntas de pies como buscando alguna ruta de escape, por momentos observa con paciencia a su pareja, lo hace detenidamente, buscando alguna señal que le recuerde quién es aquel, que impide que sus amigos se acerquen a ella.
El ómnibus se detiene a dejar y recoger pasajeros,  ella sube al ómnibus rápidamente, él va detrás de ella, acosándola, persiguiéndola, atormentándola. Los otros quieren hacer lo mismo, pero él se los impide. También suben vendedores ambulantes, enfermos terminales que dicen están recuperándose, ex presidiarios, señoras desaseadas con niños desaseados y con sueño, raperos, vendedores de libros que son los resúmenes de los resúmenes de los libros, canillitas con los diarios del día y algún artista que toco fondo y ahora vende su obras en este transporte público.
Sinartich siempre compra el diario de cincuenta centavos, se entera de las novedades políticas, de las novedades deportivas, de las novedades sociales, de las novedades culturales y ríe, poco, con desgano, casi decepcionado, pero ríe. “Los ministros de estado se subieron el sueldo”, “El municipio no tiene dinero”, “comida peruana causa indigestión”, “la alcaldesa se quiere reelegir”.
La pareja continúa con su drama
Sinartich Savaneli también continúa con su drama
Los pasajeros del ómnibus de fierro que detiene el tiempo o lo acelera, también continúan con su drama.

El ómnibus se detiene nuevamente para que  bajen algunos pasajeros y los demás también, la pareja se pone violenta y ante el primer intento de agresión de parte de “èl”, “ella” reacciona y saca los dientes, aprovecha para bajar corriendo, “èl” parece tener los ojos llorosos y corre tras “ella”. Pero su suerte es mala y, otros perros ya se dieron cuenta de que la perra está en celo y ella ya se dio cuenta que alguien de ahí le gusta más que otros, “èl” no tiene ganas de pelear y se siente derrotado. Sinartich Savaneli se acerca hasta donde está el perro, lo acaricia, lo consuela, lo admira, le quita de los dientes un pedazo de metal que parece ser del collar que tenía la perra y que en el forcejeo quedo en su boca, lo mira con detenimiento, “Princesa”, así se llama la perra, así, pensaba Sinartich mientras seguía acariciando al perro flaco y triste, mientras ambos observan a princesa copular con uno de los varios perros que terminarán esa tarde dentro de ella.

Christian Perez

PASIÓN POPULAR - cuento

PASIÓN POPULAR
-En espacios grandes te desarrollas más, verdad Sirnatich.
-Algo.
-Mañana te pondré de delantero, lo tuyo son los goles.
-Ya profe, lo que usted diga.
El profe sabía que si el chico no jugaba mejor en la próxima fecha del campeonato del barrio, tendría que sacarlo del equipo, y eso era algo que no deseaba hacer. Sirnatich, había salvado a su equipo de la eliminación en varias ocasiones, haciéndose presente en el marcador cuando el partido estaba por finalizar, en los minutos de descuento. El chico era así, sorpresivo, imprevisible, ciclotímico, extraño decía el profe, extraño como su nombre y apellido decía el profe; “Sinartich Savaneli”, extraño decía el profe. Pero en las últimas fechas del campeonato se le notaba distinto, parecía cansado, apático, lento, más de lo normal para un chico de diecisiete años.

Levantarse temprano para recoger agua del grifo, el que está en la esquina del barrio, luego llenar los dos cilindros, las tinas y dos baldes  para lavar en el día los utensilios de cocina y las manos de todos en el hogar. Al terminar aquella labor debía de hacer la tarea de la academia, pero nunca hacía la tarea de la academia, tampoco había hecho nunca la tarea del colegio; a él le gustaba investigar en los libros y leer poesía, los chicos del barrio  jodían con eso de la poesía; “marica”, “recítame esta pe”, “a ver recita esta porresía”.  Sirnatich sólo sonreía y se agarraba el tiro del pantalón como respuesta. A él gustaba investigar en los libros de la biblioteca de la academia, en la biblioteca de algún amigo de la academia, en mas de una oportunidad, lo habían invitado  amablemente a retirarse de alguna casa o biblioteca, pues era muy tarde ya, entonces Sirnatich sólo sonreía y ofrecía las disculpas del caso; luego se dirigía a su casa, directamente a la mesa de roble que su abuelo le había construido con sus propias manos, con las mismas manos con las que le habia enseñado a escribir y dibujar, Sinartich extrañaba a su abuelo, las historias de su abuelo, las canciones de su abuelo, Sinratich extrañaba a su abuelo.

Hacía ya una semana desde que aquel club profesional, envío ex jugadores para elegir entre los chicos del profe alguna nueva promesa futbolística; entre los elegidos se encontraba Sirnatich. Aquella noticia afortunada para muchos, no lo fue tanto para el chico.
-Me llega al pincho jugar fútbol bajo presión; “¡tienes que ganar!”,” ¡tienes que ser mejor!”. Eso ya se sabe.
-¡Asu! A mí no me gusta el Fútbol -le dijo Mirtha al oído.
-¿Qué te gusta? -Respondió el chico.
-Me gusta estar en la cama contigo chibolo huevoncito.
Mirta era tía de Sirnatich, tía política del chico, casi cuarenta años, de estatura media y gran trasero; tenía la mirada picara, la sonrisa maliciosa, había seducido al chico con su vasto conocimiento en el sexo y no menos saber en lengua y literatura. Profesora de un colegio privado de la capital, Mirtha encontraba que las lecturas de Vallejo y Pessoa eran el complemento perfecto, el apéndice exacto a las indagaciones del sobrino, a la curiosidad  que el chico demostraba, y tumbados en la cama luego del acto carnal, ella adoraba ver a Sinartich leyendo a esos iconos de la poesía, leyendo y apuntando en esa vieja libreta roja, en esa vieja libreta que parecía nunca llenarse por completo.

-Tengo de cinco soles, habla…                               
-Ya, normal flaco, no te achores, no somos tombos.
Sirnatich se detenía por un momento en las tribunas de cemento de la cancha de fútbol de su barrio, había dejado a su tía dormida y aprovechaba para ganar algo de dinero en la calle, observaba con detenimiento el campo lleno de tierra, las piedras picadas sobre el campo que deja tras su paso el camión de construcción civil que lleva material del puerto, miraba sus piernas flacas, observaba las heridas que esa cancha dejaba en él. Toda su vida había jugado ahí, toda su vida sólo había jugado ahí, sentía algo parecido a la pena, algo parecido a la tristeza, algo parecido al infortunio. El viento soplaba fuerte a las dos de la mañana, el polo del chico se agitaba con fuerza en aquel descampado, el mar se podía divisar no tan lejos y los aviones rompían el silencio con sus motores por encima de la cabeza de Sinartich.

(El chico saca del bolsillo de pantalón estilo carpintero un cigarrillo sin filtro y lo prende; desea pensar, pensar que hacer, quedarse o irse, ir a la prueba o no).

El profe sabía que el chico se trasnochaba en la cancha con sus amigos, bebía y fumaba más de lo que a un chico de su edad y deportista le está permitido. Como era de esperarse el rendimiento de Sinartich había mermado casi al nivel de la apatía. El profe sabía que sería muy difícil sacar al chico de ese círculo vicioso, aún así lo intentaría; la indignación del profe recaía sobre aquello que su experiencia como entrenador de menores le había permitido ver. Cuantas generaciones destruidas, esos pobres diablos no conocían absolutamente nada de lo que era la vida y eso lo entristecía; qué rumbo tomarían, pensaba; ellos, los amigos de Sinartich y Sinartich, los chicos del barrio, los jóvenes que jugaban al fútbol en la cancha del barrio, ellos no conocían nada de la vida real, y cuando la vida real golpeé el rostro de cada uno de ellos, de aquellos adolescentes, de esos desafortunados pobres diablos, esa misma vida los conduciría a la muerte;  drogas, alcohol, delincuencia, racismo, discriminación de todo tipo, cuando la vida real golpeé sobre aquellos adolescentes malditos, la maldición caerá también sobre todos aquellos que se crucen por su camino  pensaba el profe. Aun así lo intentaría, el chico debía escapar de ese mundo y el profe haría lo imposible por sacarlo de ahí.

-¡Te amo!
-Y yo a ti.
-No quiero que sea mañana, este momento es perfecto.
-Lo sé, tampoco quiero que sea mañana. Estar a tu lado es perfecto.
Sirnatich amaba a Sara, Sara amaba a Sirnatich, dos adolescentes prometiéndose pasar la vida juntos. Ella; soñadora, de ojos grandes, sonrisa tímida, labios pequeños, manos de artista, sensual andar y llena de amor. Él; todo lo que ella jamás debió imaginar. Sirnatich y Sara pasaba casi todo el día juntos, ella no estudiaba, sólo se dedicaba a las labores de su casa y por las tardes iba en busca de su novio, pasaban la tarde juntos en casa de Sirnatich, comiendo papa fritas, bebiendo refrescos, haciendo el amor y mirando películas echados en la cama del cuarto del chico. A las ocho de la noche Sara regresaba a su casa, Sirnatich la acompañaba y luego se dirigía a la cancha del barrio, a vender sus paquetitos verdes, los mismos que ayudaban al chico a olvidar que, por más que quiera, por más que sea llevado a dar la prueba, por más que pase la prueba, por más que deje de vender los paquetitos verdes, por más que deje de beber y fumar, por más que sueñe otra vez, como lo hacía cuando tenía doce o trece años, con ser futbolista profesional; eso, justamente eso, sería imposible.

Todas las noches después de dejar a Sara, después de vender sus paquetitos verdes en la cancha de fútbol del barrio, Sinartich aprovechaba que su tío trabajaba de noche y visitaba a su tía.
“Estás loca, no me paga la academia y me va a pagar una escuela de fútbol”.
“Quizá te den una beca y con tus paquetitos pagas tus gastos mínimos”.
Mirtha, buscaba animarlo, Mirtha buscaba motivarlo, Mirtha buscaba que sea el mismo chico fogoso antes de la noticia de probarse con los profesionales.
“Tú eres cojuda ¿no?" Comentó con sarcasmo el chico”.
“O sea que por el día entreno y por la noche vendo merca. Esta tía está quemada creo; mejor voltéate, quiero verte echada, así, como estas ahora, desnuda, ver como tu cintura dibuja esa forma curva que se eleva justo al terminar tu espalda. ¡Así! Arquea tu espalda mientras te huelo, así volteada tía, así eres perfecta”. Todo eso decía Sirnatich, mientras sus pensamientos envolvían nuevos pensamientos, luego la ira, la decepción, la sensación recurrente de flotar, de vértigo, de estar separándose de su cuerpo, de saber su verdad, su frustración, y de pronto, el placer, ese recorrido invisible, mágico, explosivo, violento por sus venas; entonces susurra al oído de Mirtha. “Así perra”, “te gusta ¿no?”, “profesional ¿no?”, “gastos mínimos ¿no?”. Mirtha sin defensas yace sobre la cama, sostenida sobre sus extremidades superiores que caen poco a poco mientras las extremidades inferiores reciben las embestidas del chico, mientras grita sin pudor alguno: “no pares, no pares”.  Los pensamientos siguen envolviendo nuevos pensamientos en la cabeza del chico; entonces la violencia se vuelve paz,  la agitación sosiego, siente como si aquello fuese una muerte lenta, pierde las fuerzas al finalizar, y queda quieto, siente como si estuviera desintegrándose, como si todas las respuestas que buscaba, estuvieran ahí, en aquel momento, en ese segundo.

 “Es un buen chico, lo entreno desde los catorce años, necesita ayuda. Su padre es un borracho sin oficio, todo lo poco que gana se lo gasta en bares y mujeres, y su madre, ¡ah! , su madre, a la pobre se la lleva el viento de lo flaca que está, se alimentan en un comedor popular, y en su casa no tienen ni siquiera servicios higiénicos, cagan en una bacinica que cubren con papel periódico, luego esa mierda la almacenan en costales de plástico que al llenarse arrojan al mar. En ese barrio para tener servicio eléctrico roban luz de los postes de la vía pública arriesgando sus vidas, y por las noches cuando sus calles se quedan a oscuras, los adolescentes se drogan y beben sin control o están embarazando a alguna niña de catorce o quince años, si no le damos la oportunidad nada bueno le espera, le aseguro que nada bueno puede salir de aquel estilo de vida impuesto por la mala fortuna”.
El sujeto que se encontraba sentado en aquel amplio escritorio de cedro, adornado por pisapapeles, perforadores de papel, lápices y lapiceros todos con el logo del equipo de fútbol que el sujeto representaba, el equipo de fútbol que había enviado a ex jugadores profesionales a seleccionar los chicos que se probarían en aquel equipo, escuchaba atentamente y observaba el mar, observaba el lado del mar que bañaba las orillas de la costa del barrio del chico, del barrio de Sinartich y señalaba con un dedo; “de ahí dices, de ese barrio” decía mientras bajaba lentamente la mano y movía la cabeza como negándose a aceptar que de ahí, podía salir algo bueno para el deporte, para la sociedad.

Nadie sabía del contenido de los cuadernos, hojas, libretas que Sinartich guardaba debajo de su colchón , nadie sabía que el chico había renunciado al fútbol antes de haber jugado de verdad, antes de intentarlo, antes de disfrutarlo, antes de fracasar. El chico dudaba entre el placer de observar o ser parte del juego, "pensaba";“ser primero, ganar, competir”, pensaba y flotaba y escribía y dibujaba, guardaba todo en sus hojas, en su libreta; su soledad, su alegría, su miedo, su dualidad, su forma de expresarse, guardaba todo aquello en sus hojas sueltas y su libreta roja y cada vez pensaba que todo aquello era cada vez más real, más auténtico. La vida de sus padres, el entrenador, sus amigos de barrio, su novia, su tía y todo lo demás parecían ser sueños, historias de la televisión, películas de cine, su realidad eran esos garabatos y cada vez parecían más certeros, más reales que la otra realidad.
-¿Quién es?
-Soy Sara, señora Mirtha, está el flaco.
-¡No!
-Sabe dónde está. Lo estoy buscando desde la mañana.
-Habrá salido con sus amigos hija, debe estar en la cancha.
Sara no había visto a Sinartich desde la noche anterior. El chico la visitaba todos los días a la hora del almuerzo, pero esta vez ni rastros del muchacho.
-Seño, si lo ve, dígale que tengo buenas noticias para él.
-Ok hija, no te preocupes, se lo diré.
Sara había convencido a su papá, para que apoyara a Sinartich en conseguir trabajo en el taller de carpintería de un amigo suyo y deseaba contárselo al muchacho lo antes posible. Con aquel empleo, el chico podría entrenar todos los días por las mañanas y trabajar por las tardes, además que aprendía un oficio y, pronto podrían vivir juntos. Pensaba Sara.
“Entonces me dices que es de ese barrio, de aquella invasión que está por allá”. Señaló con el dedo una vez más en dirección al barrio de Sinartich, el hombre del escritorio de cedro.
“Sí, es de ahí, aunque sólo se vea desde aquí, como un lugar feo, lleno de esteras y maderas recogidas del mar, aquel lugar tiene su encanto; el fútbol, la comida, los ancianos contando historias de sus pueblos, lejanos, muy lejanos. Si le da la oportunidad al chico de quedarse, estoy seguro que no lo decepcionará”.
El profe hacía su último esfuerzo por convencer a aquel hombre que Sinartich era valioso, y que no debería perderlo como integrante de su equipo de fútbol.
“Bueno, hablaré con el entrenador que los probará, le diré que lo observe con atención y, si pasa la prueba física, se queda”.
El profe estrecho con fuerza la mano del hombre del escritorio de cedro y se despidió. Lo primero que le pasó por la cabeza fue que había realizado una acción de bondad maravillosa y que Sinartich estaría muy agradecido con él. 
Nadie había visto a Sinartich ese día, Sara buscaba por todos los rincones del barrio, en la cancha, en la casa de la tía, en su casa, nadie sabía dónde estaba el chico. La tía de Sinartich había empezado a preocuparse pues a la ausencia de Sinartich, se sumaba la ausencia de su hija.
-Mirtha, ¿dónde está Jenny?
-Debe estar con sus amigos de colegio.
El tío de Sinartich tenía un ligero presentimiento de que las cosas no andaban bien, ni con su mujer, ni con su hija, pero seguía jugando a las cartas con sus amigos, jugando y bebiendo, bebiendo cerveza Pilsen callao y jugando golpeado, con las cartas, con sus amigos.
-Voy a salir a ver a Jenny, ya regreso.
La puerta de calamina sonó como el platillo de una batería y Mirtha desapareció.
“Se ha caído del árbol, si lo dejo en estas ramas bajas morirá, quizás algún niño con su honda lo derribo del nido, lo llevaré hasta aquellos árboles que crecen junto al río, ojalá tenga suerte, al menos a esa distancia entre la carretera, el río y aquellos arboles estará protegido, su madre debe estar buscándolo”.
-Cómo sabes, crees que eres tú, estas melancólico bebe.
Yenny apenas bordeaba los catorce años, precoz e intrépida, había seducido a Sinartich con aquellas caderas jovenes y piernas largas que hacían que el muchacho pierda la cabeza. La veía y pensaba en Sara, en Mirtha, en el fútbol.
Yenny era asidua cliente de los paquetitos verdes de Sinartich y, estando tan lejos de su barrio, casi en el techo del mundo, prendió un cigarrillo de paquetito verde y lo fumó.
-Pasa, no te atores.
-Toma, mi futbolista fracasado -decía Yenny, mientras reía grotescamente.
-El viaje a la selva es largo, tómatelo con calma Yenny.
-lo sé bebe. ¿Un rapidito aquí? Tenemos todavía una hora más de espera.
 Sinartich no podía dejar de tener remordimiento por lo que estaba haciendo, había dejado atrás todo; la academia, la prueba, sus padres y, Sara, amaba tanto a Sara, qué pensaría cuando se entere que escapó con Yenny, amiga de Sara desde siempre, sabía que era una mierda, que eso pensarían todos, incluso su tía, pensaba en su tía y no podía dejar de tener una ligera erección.
-Alquila un cuarto de aquel hostal, toma veinte soles, espérame, llevaré algo para beber. Cacherita!
-Cacherita como mi vieja bebe, crees que no lo sé.
Sinartich sorprendido sonrió, la besó apasionadamente mientras recorría con las manos las piernas y trasero de Jenny.
-Chau, se despidió Sinartich.
-Te espero en el cuarto, no demores.
Sinartich vio alejarse a Jenny, entrar en el hostal, observó los andes y sintió frío, más de lo normal. Caminó rumbo al río, quería observarlo, quería observar, el lado del río, el lado de los pocos arboles junto al río, el lado de los andes, el lado de la carretera, entonces escribió y dibujó, en sus hojas, en su libreta roja, y pensó a qué lado pertenecía él.
Mirtha, Sara, el marido de Mirtha, los padres de Sinartich, se encontraban asustados y se dirigían a poner la denuncia en la comisaría del barrio. La mañana había llegado y no había noticias de los adolescentes. Mientras caminaban al borde del mar cruzando el campo de fútbol. El entrenador presuroso y casi llorando  les acercó el periódico de la mañana, y les enseñó la noticia. "Ómnibus interprovincial que se dirigía a Pucallpa cayó a un abismo". Entre los desaparecidos se encontraba Sinartich. No se había encontrado el cuerpo, y la novia adolescente del muchacho estaba siendo trasladada por los policías de carreteras a la capital, también se señalaba que ella no había abordado el ómnibus siniestrado pues estuvo hospedada en un hostal esperando por el chico.

Martha rompió en llanto. Sara corrió desaforadamente hacia el mar, el tío de Sinartich observaba incrédulamente a su Hermano, el Papá de Sinartich, que hacia esfuerzos inútiles por hacer reaccionar a la madre del muchacho que había caído de un solo golpe al piso.

Christian Perez